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Nuestra pareja interna: Anima y animus

Dentro de nuestro psiquismo tenemos configurada una pareja interna, que tiene que ver con las imágenes de nuestro hombre interno, en el caso de la mujer, llamado ANIMUS, y en el caso del hombre la imagen femenina llamada ANIMA. Como me relaciono con esas imágenes internas es como trato a mi pareja externa. Todos los conflictos de pareja se desarrollan a partir de esas imágenes introyectadas, que tiene que ver con todas las figuras masculinas o femeninas acumuladas en nuestro inconsciente colectivo, pertenecientes a nuestros ancestros, y toda la historia de relaciones tejidas en nuestro árbol geneálogico.
El anima, como la mayor parte de los descubrimientos junguianos, comenzó siendo una vivencia personal: “Una mujer en mí”. De su experiencia de vida y, en el caso del animus, de recurrencias en los símbolos de los sueños de sus pacientes, Jung formuló los conceptos de anima y animus a partir de una pregunta fundamental: ¿Cómo podría el hombre comprender a la mujer y viceversa, si cada uno de ellos no tuviera psicológicamente una imagen del sexo complementario?
Así mismo, igual que el animus, se manifiesta con una doble cara: superior e inferior, celeste y terrena, divina y demoníaca, mujer ideal y prostituta. La primera portadora de la imagen del anima es generalmente la madre. Más adelante serán las mujeres que estimulen el sentimiento del hombre, no importa si en sentido positivo o negativo, puesto que el anima “al querer la vida quiere el bien y el mal”, sin preocuparse de la moral tradicional.
El animus y el anima están en una relación de paralelismo complementador y compensador, especialmente respecto a la dimensión erótico-sexual; así como en cierto aspecto la “persona” representa un puente entre la conciencia del yo y el objeto del mundo externo, así también el animus y el anima actúan como puerta para las imágenes del inconsciente colectivo (Jung, 1986, 410).
La configuración del animus y el anima tiene dos niveles. El primero, si bien incorpora ciertos contenidos psíquicos del inconsciente colectivo, está localizado en el inconsciente personal y es en buena medida producto de todas las vivencias respecto al otro sexo, a partir del nacimiento y comenzando por la figura del padre o de la madre. Y un segundo nivel en cuanto arquetipo del inconsciente colectivo.
“Todo hombre lleva la imagen de la mujer desde siempre en sí, no la imagen de esta mujer determinada (…) Esta imagen es, en el fondo, un patrimonio inconsciente (…) grabada en el sistema vivo, constituye un arquetipo de todas las experiencias de la serie de antepasados de naturaleza femenina, un sedimento de todas las impresiones de mujeres, un sistema de adaptación psíquica heredado (…) Lo mismo vale para la mujer; también ella tiene una imagen innata del hombre” (Jung, 1961: 409).
El anima en cuanto función inferior, es decir, contraria a la que predomina y es valorada en la conciencia, está compuesta de “afinidades inferiores afectivas”, es “una caricatura, en el nivel más bajo del eros femenino”. Se personifica en la figura de una sola mujer como unidad, siempre dentro de su bipolaridad positivo-negativa, superior, inferior, espiritual-instintiva, salvadora-destructora. Es más configurada que el animus y más centrada en el pasado.
Si la mujer no encara adecuadamente las demandas psicológicas de las funciones racionales y conscientes, el animus adquiere características autónomas y negativas y trabaja de manera destructiva hacia ella o en sus relaciones con los demás, hasta el punto de que puede avasallar el yo consciente, y de esta forma dominar toda la personalidad. La proyección, tanto del anima como del animus, no es sólo la transferencia de una imagen a la otra persona, sino también de sus funciones:
“(…) se espera que el hombre al cual se ha transferido la imagen del animus ejerza todas las funciones que han permanecido subdesarrolladas en esa mujer, ya sea la función del pensamiento, o la capacidad de actuar, o la responsabilidad hacia el mundo externo. A su vez, la mujer sobre la cual un hombre ha proyectado su anima debe sentir por él, o establecer relaciones para él, y esta relación simbiótica es, en mi opinión, la causa real de la dependencia compulsiva que existe en estos casos” (Emma Jung, 1957: 10).